Uno de mis colegas de Rosario, Argentina, tenía problemas con un estudiante. Aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, el estudiante parecía incapaz de aprender. Y sin embargo era inteligente y voluntarioso y estaba muy motivado.
Claudia era la directora de una escuela privada de idiomas. Llevaba unos meses al cargo de esta clase y Jorge venía sacando una y otra vez unas notas muy bajas. Tanto Claudia como Jorge se sentían igualmente frustrados. Por mucho que lo intentara, Jorge parecía incapaz de abandonar su lamentable posición como el peor alumno de la clase en los exámenes escritos.
Claudia estaba perpleja. Sabía que Jorge se sentía impelido a triunfar en su profesión. A la edad de veinte años ocupaba un puesto muy prometedor en una compañía ingeniera de Argentina que tenía empresas filiales en otras partes de Latinoamérica y de Europa. Jorge ansiaba viajar por todo el mundo en su trabajo para la compañía y para ello resultaba imprescindible que dominara el inglés. Quería tener éxito, pero algo parecía estar reteniéndole.
Claudia habló a solas con él cierto día: “¿Qué es lo que te está impidiendo aprender?”.
“No lo sé”, contestó. “Lo intento con todas mis fuerzas, pero parece que no me entra”.
Claudia probó una estrategia diferente. “¿Estás estudiando alguna otra cosa?”.
“Claro. Tengo montones de exámenes de ingeniería. No paro de estudiar”.
“¿Y cómo vas?”.
“Muy bien”, dijo Jorge. “Sin problemas. Todo sobresalientes”.
Claudia sentía curiosidad por saber cuál podría ser la razón de esta anomalía. Le preguntó a Jorge: “¿Dónde estudias tus exámenes de ingeniería?”.
“En casa”.
“Háblame de eso. ¿Cómo estudias? ¿Qué es lo que haces exactamente?”.
“Pues bien, tengo mi propia habitación y una mesa de estudio muy grande pegada a la pared. Coloco todos los libros y los artículos que tengo que estudiar delante de mí encima de la mesa. Abiertos todo el tiempo y de la forma que más me gusta. Después pongo algunos de mis compactos preferidos en el equipo de música y mientras suenan me gusta bailar con la música, moverme en la silla y a lo largo de la mesa al ritmo de la música, leyendo lo que creo que es importante leer a con- tinuación. Y lo cierto es que me entra, la información que necesito me entra sin ningún esfuerzo. Así de fácil”.
Claudia reflexionó por un momento. Después le preguntó: “Jorge, ¿puedes tocar tu música favorita en silencio, dentro de tu cabeza?”.
Jorge reflexionó a su vez por un momento y después contestó: “Claro, supongo que eso lo puede hacer cualquiera”.
“Muy bien”, dijo Claudia. “Hagamos un experimento. Te sentarás en una mesa al fondo del aula. Durante la clase puedes tocar toda la música que más te guste dentro de tu cabeza. Puedes moverte de aquí para allá, al ritmo de la música, tanto como quieras, siempre que no molestes a nadie. Y vamos a ver si hay alguna diferencia. Si funciona en tu casa, también podría funcionar aquí en la escuela. ¿Lo intentamos?”.
Jorge parecía emocionado, una enorme sonrisa se dibujó a lo largo de su cara y comenzó a dar golpecitos en el suelo con los pies.
Cuatro semanas más tarde su rendimiento había mejorado hasta tal punto que sus notas le colocaron en el décimo lugar de entre un total de veinte alumnos. En otras cuatro semanas sacó las máximas notas y su rendimiento siguió mejorando y mejorando.
“Se trataba”, como Claudia me dijo más adelante, “de un estudiante que necesitaba imperiosamente moverse para
aprender. Si en mi clase había permanecido sentado porque pensaba que era lo que tenía que hacer o porque pensaba que era lo que yo esperaba de él, no lo sé. Lo que los dos sabemos ahora es que el sentarse para aprender le estaba inhibiendo gravemente.
“Lo que él aprendió fue cómo acelerar su aprendizaje para conseguir más de lo que él mismo se esperaba. Ahora trabaja en París. Lo que yo aprendí es que para sacar lo mejor de mis estudiantes necesito ayudarles, a cada uno de ellos, a descubrir cómo aprenden mejor y asegurarme de que mi forma de enseñar y de llevar la clase sea lo bastante flexible como para acomodarse a las necesidades pedagógicas de cada uno de ellos.
“Jorge me enseñó una gran lección. Que si un alumno no puede aprender de la forma como enseña el profesor, entonces el profesor tiene que aprender a enseñar de la forma como aprenden los alumnos”.
Fuente primaria: Patricia Latorre.
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