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Había una vez, en un pueblo pequeño y muy lejano, donde a lo lejos se visualizaban unas inmensas montañas, por donde había un camino muy largo y tenebroso, este camino era disparejo, lleno de hoyos, piedras y lodo, en un costado del camino había un panteón horroroso al que nadie se acercaba por miedo y por las historias de terror que se contaba sobre él.

Siempre estaba obscuro el camino que conducía a las grandes montañas tenebrosas, de las cuales les voy a contar. Rara vez la luz de la luna iluminaba el pequeño pero largo camino pedregoso y lodoso, era el único camino que se tenía que cruzar para llegar a esas enormes montañas, que ante la obscuridad se asemejaban a unos monstruos que causaban terror, angustia, temor y el peor de los miedos; era frustrante llegar a esas montañas pues en ellas se escribía la peor de las historias, cada mañana antes de salir el sol y en penumbras pasaba una carreta de cuatro llantas, quien era dirigida por un ogro con aspecto amenazante y cara de pocos amigos. A su lado, siempre llevaba a su pequeña amorosa y tierna hija, la cual, era obligada a acompañarlo a costa de su voluntad a los bancos de arena y enormes piedras que había en el centro de las montañas, la arena y las piedras eran materia prima, las cuales acarreaban y vendían para sustento de su familia, trabajaban tanto que al terminar el día, la pequeña lloraba y se lamentaba al ver su cuerpo desnutrido y sus manos cortadas y cansadas deseando que todo terminara, era mucho su cansancio, su enojo y su rabia al sentirse abusada y tratada como una esclava sin paga haciendo dudar su feminidad por el tipo de trabajo masculino que era obligada a hacer y así pasaron largos años de trabajo, hasta que llegaron a lo más profundo de las montañas en donde se encontraron la arena más hermosa que serviría para la construcción de casas en el pueblo. Pero por desgracia una de las llantas se tronó y la carreta se doblegó cargada de arena y piedras, el papá ogro al darse cuenta tuvo que quitar la llanta de la carreta y dirigirse al pueblo para su arreglo, dejando en medio de esas montañas cuidando la carreta a su pequeña hija, sin importarle como se sentía ella al verse sola, abandonada, con miedo, temblando, desolada, llorando, angustiada, viendo a su Papá ogro que se iba alejando dejándola sola dentro de la carreta la cual era el refugio para esa pequeña, llorosa y temblando de miedo quería gritarle a su papá que volviera pronto con la llanta (restablecida) restaurada.

La pequeña al verse sola en medio de esas montañas veía a su alrededor sintiendo tanto miedo porque no había nadie y solo se escuchaban ecos y sonidos grotescos de animales y el follaje de las hojas y venía a la mente el panteón horroroso los muertos sintiendo un pánico porque ella pensaba que se la iban a robar y se engarruñaba en posición fetal como protegiéndose de que nadie le fuera hacer daño viendo a lo lejos a su papá ogro que se alejaba y lo perdía entre las colinas.
La pequeña solo quería salirse de la carreta y correr hasta alcanzarlo y decirle a su papá ogro que no la dejara sola, pues ella tenía miedo y no quería quedarse sola, lo único que le quedaba era esperar con lagrimitas en los ojos la llegada de su padre y así pasaban muchas horas y ya casi atardeciendo con ojos llorosos veía venir a su padre con la nueva llanta, ella corría a su encuentro con una sonrisa enorme y llena de felicidad porque papá al fin la rescataba de su sufrimiento, era tanta la felicidad de los dos que se dieron un fuerte abrazo, papa ogro arregló su carreta y muy felices continuaron con su viaje, los dos se miraban a los ojos y reían completamente felices.

Irene Rodríguez
Coach Internacional con PNL

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Susripción satisfactoria