Cierto día del año 1456 un campesino entró en la gran ciudad de Norwich con su hijo y un burro. El hombre iba montado en el burro y su hijo iba a pie guiando al burro con una soga. Tan pronto como atravesaron los muros de la ciudad escucharon a un transeúnte decir en voz alta: “¡Qué vergüenza! Mirad a ese hombre montado en su burro como si fuera un señor feudal, mientras que su pobre hijo va agobiado esforzándose por ir al paso”. Lleno de vergüenza, el campesino se bajó y montó a su hijo, mientras que él continuó a pie al lado del burro.
A llegar a la siguiente calle, un vendedor ambulante dirigió la atención de su cliente hacia el trío. “Mira eso. Ahí va ese picaruelo montado como si fuera el príncipe heredero, mientras que su pobre y anciano padre se arrastra penosamente por el fango”. Azoradísimo, el muchacho le pidió a su padre que se montara detrás de él.
Al volver la esquina de la siguiente calle, una mujer que vendía patas de murciélago y veneno de sapo les espetó: “¿A dónde ha ido a parar la raza humana?. Los hombres ya no tienen la menor sensibilidad con los animales. Mirad a ese pobre burro, con el lomo a punto de partirse en dos por el peso de esos gandules. Ojalá tuviera aquí mi varita mágica… ¡qué vergüenza!”.
Al escuchar esto el campesino y su hijo, sin decir una palabra, se bajaron inmediatamente y siguieron a pie al lado del burro. Pero no habían andado más de cincuenta metros, cuando oyeron al dueño de un puesto del mercado gritarle a su amigo del puesto del otro lado: “Me pensaba que era estúpido, pero ahí tienes un asno de verdad. ¿De qué sirve tener un burro si no le obligas a hacer el trabajo que le corresponde?”.
El campesino se detuvo y después de darle al burro una palmada cariñosa en el hocico, le dijo a su hijo: “Hagamos lo que hagamos, siempre habrá alguien que no esté de acuerdo. Tal vez sea hora de que decidamos nosotros mismos lo que pensamos que es correcto”.
Fuente primaria: Mark Richards.
Fuente general: Tradición oriental. Existe una versión en Idries Shah.